Seguían pasando los días, lentos
como el caminar de una tortuga coja, e iguales como dos gotas de agua.
Defenderme, comer, defenderme y dormitar con un ojo abierto para seguir
defendiéndome. Al cabo de poco tiempo me di cuenta de que quizá era posible que
no estuviera tan sola como pensaba, ya que ¡estaba embarazada! Al principio se
me cayó el mundo encima, no podía tener cachorros en esas condiciones, pero no
tenía remedio. Así que empecé a mejorar mi refugio y a buscar lugares donde las
presas fueran más fáciles, al fin y al cabo, los conejos eran algo tontos, pero
los de la zona no eran suficientes. Un mes después y tras mucho trabajo y
sufrimiento, tenía delante a mis cinco preciosos hijos.
Cinco hermosos pequeños
atrayendo a los depredadores y cinco “lobitos” a los que alimentar. Me sentía
tan abrumada… Y con el invierno a las puertas. Creo que todos sabéis muy bien a
lo que me refiero, a la desesperación, a la responsabilidad de no sólo cuidar
de mi misma, sino de esas cinco criaturitas que me acompañaban. Pues bien, las
primeras semanas sobreviví con lo almacenado, pero llegó un momento en el que
el frío había acabado con mis presas, y también lo estaba haciendo con la vida
de mis hijos. Cada día estaban más hambrientos, y cada vez tenía que alejarme
más de ellos para encontrar comida. Al volver de una dura e insatisfactoria
jornada de caza, me encontré a uno de ellos muerto. Yo no tenía suficiente
leche para alimentarlos a todos, ni comida adecuada para sus pequeños dientes.
Con el alma en las patas, lo llevé fuera de la madriguera para esconderlo de
los depredadores, no se comerían a mis hijos.
Después de pensarlo
detenidamente, decidí que tenía que sacarlos del bosque o acabaríamos muriendo
todos. Nos pusimos en camino un día gris cuando la niebla cubría los árboles que
habían sido mis guardianes para evitar ser vistos, pero unos malnacidos que
habían ido a desfogar su frustración con criaturas más débiles que ellos mismo
nos vieron, y empezaron los disparos. Debilitados por el hambre y el frío, mis
pequeños no pudieron correr lo suficiente, sus pequeñas patas tampoco se lo
permitían. Cogí a dos de ellos, los escondí entre las hojas, y tan rápido como
pude volví a por los otros dos, pero ya era tarde. Se estaban acercando. Mi
pequeño no respiraba, le habían dado en la cabeza. Tuve que dejarle allí con
todo mi dolor. Debía seguir luchando por el resto. El otro apenas podía
respirar, se había roto una pata y tenía el pecho sangrando. Lo cogí y seguí el
sonido de los gemidos de mis hijos. Hasta que llegué no me di cuenta del dolor
lacerante que me inmovilizaba la pata trasera, me habían alcanzado. Y mis
cachorros llorando pronto atraerían su atención. Intenté calmarlos, por suerte
los dos primeros sólo estaba asustados, pero al otro se le escapaba la vida. No
me lo podía creer, había perdido a dos en menos de un mes, y el tercero estaba
en ello. ¡Cuánta tristeza y desesperación sentí en ese momento!
Estuvimos escondidos hasta que la
oscuridad cubrió el bosque y no se oía más que el ulular de los búhos
solitarios. Pero ya era tarde para mi cachorro. Salimos de nuestro improvisado
escondite, en busca de la carretera del pueblo para alejarnos de allí. Pasamos
horas caminando, hasta que llegamos a las ruinas de una vieja casa en la carretera
de acceso al pueblo vecino, cerca de los contenedores, donde podía conseguir
algo de comida. Desde la muerte de mis hijos cambié radicalmente, ya no era la
que Ignacio conoció, me volví más fría, dura y agresiva. No permitiría que nada
ni nadie nos hiciera más daño, mis cachorros se merecían ser felices, o al
menos, ser libres. Ruso y Tuca (como así llamé a los supervivientes) estaban
creciendo, y en aquel nuevo lugar podían correr casi sin ser vistos, refugiarse
del frío y esconderse con facilidad mientras yo buscaba comida. Quitando las
duras nevadas no fue una mala época para nosotros, y así fue como pasamos el
invierno, comiendo de la basura y bebiendo del riachuelo.
1 comentario:
Qué triste, pero me gusta!
habrá parte 3?
LGS♥
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