L.Q.Q.D.M

Sobre "Lo que queda de mí" sólo puedo decir que es lo que va pasando por mi intrincada mente, un tanto loca de vez en cuando...
La mayoría de entradas obviamente son mías, el resto canciones o algo que me haya marcado de alguna forma.
Gracias por pasar unos minutos perdiendo el tiempo por estos delirios, espero que os guste y tanto si es así como si no, comentad por favor.
Besos.
*Rusa*

sábado, 26 de enero de 2013

Diálogos sordos. Parte 2


Seguían pasando los días, lentos como el caminar de una tortuga coja, e iguales como dos gotas de agua. Defenderme, comer, defenderme y dormitar con un ojo abierto para seguir defendiéndome. Al cabo de poco tiempo me di cuenta de que quizá era posible que no estuviera tan sola como pensaba, ya que ¡estaba embarazada! Al principio se me cayó el mundo encima, no podía tener cachorros en esas condiciones, pero no tenía remedio. Así que empecé a mejorar mi refugio y a buscar lugares donde las presas fueran más fáciles, al fin y al cabo, los conejos eran algo tontos, pero los de la zona no eran suficientes. Un mes después y tras mucho trabajo y sufrimiento, tenía delante a mis cinco preciosos hijos. 
Cinco hermosos pequeños atrayendo a los depredadores y cinco “lobitos” a los que alimentar. Me sentía tan abrumada… Y con el invierno a las puertas. Creo que todos sabéis muy bien a lo que me refiero, a la desesperación, a la responsabilidad de no sólo cuidar de mi misma, sino de esas cinco criaturitas que me acompañaban. Pues bien, las primeras semanas sobreviví con lo almacenado, pero llegó un momento en el que el frío había acabado con mis presas, y también lo estaba haciendo con la vida de mis hijos. Cada día estaban más hambrientos, y cada vez tenía que alejarme más de ellos para encontrar comida. Al volver de una dura e insatisfactoria jornada de caza, me encontré a uno de ellos muerto. Yo no tenía suficiente leche para alimentarlos a todos, ni comida adecuada para sus pequeños dientes. Con el alma en las patas, lo llevé fuera de la madriguera para esconderlo de los depredadores, no se comerían a mis hijos.
Después de pensarlo detenidamente, decidí que tenía que sacarlos del bosque o acabaríamos muriendo todos. Nos pusimos en camino un día gris cuando la niebla cubría los árboles que habían sido mis guardianes para evitar ser vistos, pero unos malnacidos que habían ido a desfogar su frustración con criaturas más débiles que ellos mismo nos vieron, y empezaron los disparos. Debilitados por el hambre y el frío, mis pequeños no pudieron correr lo suficiente, sus pequeñas patas tampoco se lo permitían. Cogí a dos de ellos, los escondí entre las hojas, y tan rápido como pude volví a por los otros dos, pero ya era tarde. Se estaban acercando. Mi pequeño no respiraba, le habían dado en la cabeza. Tuve que dejarle allí con todo mi dolor. Debía seguir luchando por el resto. El otro apenas podía respirar, se había roto una pata y tenía el pecho sangrando. Lo cogí y seguí el sonido de los gemidos de mis hijos. Hasta que llegué no me di cuenta del dolor lacerante que me inmovilizaba la pata trasera, me habían alcanzado. Y mis cachorros llorando pronto atraerían su atención. Intenté calmarlos, por suerte los dos primeros sólo estaba asustados, pero al otro se le escapaba la vida. No me lo podía creer, había perdido a dos en menos de un mes, y el tercero estaba en ello. ¡Cuánta tristeza y desesperación sentí en ese momento!
Estuvimos escondidos hasta que la oscuridad cubrió el bosque y no se oía más que el ulular de los búhos solitarios. Pero ya era tarde para mi cachorro. Salimos de nuestro improvisado escondite, en busca de la carretera del pueblo para alejarnos de allí. Pasamos horas caminando, hasta que llegamos a las ruinas de una vieja casa en la carretera de acceso al pueblo vecino, cerca de los contenedores, donde podía conseguir algo de comida. Desde la muerte de mis hijos cambié radicalmente, ya no era la que Ignacio conoció, me volví más fría, dura y agresiva. No permitiría que nada ni nadie nos hiciera más daño, mis cachorros se merecían ser felices, o al menos, ser libres. Ruso y Tuca (como así llamé a los supervivientes) estaban creciendo, y en aquel nuevo lugar podían correr casi sin ser vistos, refugiarse del frío y esconderse con facilidad mientras yo buscaba comida. Quitando las duras nevadas no fue una mala época para nosotros, y así fue como pasamos el invierno, comiendo de la basura y bebiendo del riachuelo. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué triste, pero me gusta!
habrá parte 3?

LGS♥