La perrita de Sara, Ollie, había salido corriendo cuando ella se dio la vuelta a coger las llaves. Empezóa llamarla por la escalera cuando un vecino recién llegado abrió la puerta alarmado. Por un momento se olvidó de su preocupación por la loca de Ollie al ver esos ojos negros tan profundos, que parecieron llevarla a un abismo infinito.
-¿Qué pasa? ¿Por qué gritas?
-Perdona, mi perra se acaba de escapar y tengo que encontrarla. Me llamo Sara
-Yo Juan, encantado. Te ayudo, ¿por donde se fue?
-Bajó corriendo por la escalera.
Ambos se dirigieron a la calle y la encontraron corriendo en un parque cercano. Cuando Sara la llamó, la miró y se dirigió hacia Juan, al que empezó a ladrar y lamer.
-Aquí estás Ollie, no me vuelvas a hacer esto. Muchas gracias Juan, ¿esta tarde haces algo?
-No tengo planes, aún soy nuevo en la ciudad.
-Pues quedamos a las nueve y te enseño algunos rincones.
-Encantado. Ya sé donde vives, me paso a buscarte y nos vamos.
-Hasta entonces.
Cuando llegó a casa Sara abrazó a Ollie con la complicidad de una compañera, con el amor de una amistad que tanto tiempo llevaba a su lado. Ollie la miró con esa cara de pilla que tanto le gustaba, por su culpa ahora Sara tenía una cita.
