Luci: Calma hermanos, empezaré
por presentarme. Mi nombre es Luci, y como ya sabéis, vengo de visita. Pero
empezaré por el principio:
Mi madre era una gran cazadora
que se enamoró de Lord, un perro salvaje que su única preocupación era recorrer
el mundo, y tras lo obvio, nacimos mis hermanos y yo. Fui adoptada por Ignacio,
un adorable anciano que me llevó a su casa. Hasta aquí todo parece ir bien,
¿no? Pues sí, él me alimentaba, jugaba conmigo, me enseñaba y me daba cobijo.
En mi corta vida sólo había conocido el lado bueno de las cosas, pero aún me
quedaba mucho por aprender. Me cuidó hasta que sus fuerzas la fallaron y
abandonó este mundo. Sus hijos no querían o no podían ocuparse de mí, así que
acabé en la calle. Al principio me quedaba rondando mi casa, por si alguien me
veía y me abría la puerta, pero fueron pasando los días y no tenía ni un hueso
viejo que llevarme a la boca. Con el hambre atado a las entrañas y con las
fuerzas desvaneciéndose, decidí que era hora de marcharse del que había sido mi
hogar. Debo aclarar que apenas tenía un año cuando esto sucedió.
Pues bien, seguí mi camino como
pude, por carreteras secundarias hasta llegar a una granja donde un buen hombre
me vio y me echó unos huesos, que devoré al instante. Me quedé allí un par de
días más, pero tuve que reanudar mi marcha cuando una verrugosa mujer salió
tras de mí con una escoba gritando “¡Largo perro sarnoso!”. Cada día estaba más
débil, más triste y con más ganas de abandonarme. Pero seguí andando. Y
andando. Y cayéndome en la carretera. Y viendo cómo la gente pasaba a mi lado y
desviaban la mirada. Un día no me pude levantar, estaba demasiado cansada, y la
oscuridad nublaba mi mente. Cedí. No sé cuánto tiempo estuve así, pero el olor
a carne me despertó. A mi lado había un par de huesos aún con carne fresca que
me comí como pude. Me dieron fuerza suficiente para llegar a otro pueblo, pero
me desvanecí al poco de entrar. Otra vez la oscuridad. Y otra vez me desperté,
pero esta vez por el dolor insoportable de las piedras cayendo sobre mis
costillas.
Sí hermanos, nunca había sentido
tanto dolor. El hambre, el frío, las heridas… Y yo sólo deseaba volver con Ignacio… Me levanté como pude y corrí lo
más lejos posible de esos indeseables, con la buena suerte de caer cerca de una
casa a las afueras, a la vista de unos niños que jugaban. Me vieron y todo lo
deprisa que le permitían sus cortas patas, me trajeron agua y comida, de perro.
¡Oh, cuanto echaba de menos una caricia, un buen gesto! Me pude quedar en sus
tierras unas semanas, y prácticamente me recuperé con el cuidado de esos
pequeños granujillas. No conocí el calor de su hogar, pero sí el de su cariño.
Hasta que mi paz se perturbó de nuevo. Aparecieron los canallas de las piedras,
pero esta vez no se conformaron con tirarme alguna piedra, me persiguieron
hasta el bosque, donde pude esconderme a pesar del rastro de sangre que dejaba
tras de mí.
Allí hice acopio de las fuerzas
recuperadas y del instinto cazador de mi madre, y así conseguí sobrevivir.
Decidí no volver al pueblo, lo que me provocó gran tristeza, pues echaba de
menos a mis pequeños humanos. Una noche, mientras volvía a mi escondrijo, vi que algo me acechaba y me
dispuse a saltar sobre él, no estaba dispuesta a soportar más dolor. En el
momento que iba a caer, algo me agarró del cuello y caí bruscamente contra el
suelo. Más tarde supe que era Cronos, otro perro que había buscado refugio
lejos de las personas. Compartimos refugio unas semanas, hasta que un día no
volvió, y no supe más de él. Volvía a estar sola.
1 comentario:
Me ha gustado mucho. Sigue escribiendo, quiero saber mas de las aventuras de Lucy.
Publicar un comentario