La primera, fue una llamada inesperada, de alguien inesperado y en un momento inesperado. Esta llamada fue de una vieja y gran amiga, con la que no hablaba desde hacía meses, cuando volvía una fría noche de la Universidad. He de decir que me alegró enormemente oir su voz. Esa con la que hablaba cada día, la que me contaba sus confidencias, sus inquietudes, sus locuras. Esa voz que me daba soluciones, ánimo, y a veces regañinas. Esa amiga que siempre estuvo ahí, hasta que un giro en el destino hizo que nuestras vidas tomaran caminos muy distintos. Aunque en parte siempre está conmigo. ¿Qué por qué no hablamos más? Ojalá lo supiera... ¿Orgullo? ¿Pereza? ¿Indiferencia? O igual es que ya no hay nada de qué hablar...
Te echo de menos pequeña. Pasamos tantas cosas, tantos años,
tantos desafíos... Sé que nada es como antes, y que posiblemente no volverá a
serlo, pero pase lo que pase, sabes que te quiero.
La segunda fue una sonrisa
tan dulce y sincera que dejó huella en mi interior. Era la Fiesta de
Navidad en mi lugar de prácticas de la universidad cuando me pidieron que
vigilara que un niño no entrara en la cocina. Él no estaba tan pendiente de los
Reyes Magos ni de los regalos como los demás, se sentaba en el suelo a la
entrada de la cocina y allí jugaba solo. Decidí levantarle para que disfrutara
con los niños de la fiesta, pero constantemente volvía a sentarse en el suelo.
Viendo que no me hacía caso, empecé a hacerle cosquillas, y se rió de una forma
tan encantadora que no tardé más de 10 segundos en coger un enorme cariño a ese
pequeño del suelo. Cuando paré con el juego, se abrazó a mi cuello, y saltando,
se abrazó a mi para no soltarme en buena parte del día. Puede parecer algo
simple, pero hacerle reír me pareció lo más bonito que había hecho en un
tiempo. Y su abrazó me trasmitió tanto cariño… que estoy deseando que acaben
las vacaciones para volver a verle.
La tercera ocurrió al volver de un largo y horrible día de
estudio. Llevaba más de 12 horas fuera de casa, estaba cansada y de mal humor,
con ganas de llorar, maldecir el mundo y dormir hasta que pasasen uno o dos meses
mínimo. Tras un atasco enorme, por fin llegué a casa, sin la menor alegría, con
un humor como el día lluvioso que me acompañaba. Entonces, me recibió como
siempre mi pequeña perrita, siempre alegre de verme, siempre con ganas de jugar.
Le di una pequeña caricia, fui directa a mi cuarto y, cómo no, ella me siguió
con su juguete en la boca para que le dedicase unos minutos de mi tiempo. Qué
menos cuando ella me ha esperado todo el día aguardando mi regreso. Pues ese
simple gesto bastó para borrar mi mal humor de un plumazo y hacerme sonreír. Y
hablando de perros, otra experiencia maravillosa fue acoger un cachorrito de la
perrera. Sólo estuvo en casa el fin de semana, pero en ese tiempo me enamoré. Con
su cuerpo rechoncho, su rabillo de cerdo, su carita de no haber roto un plato,
su forma de seguirme y dormirse en los brazos… Si tuviese tiempo y dinero,
ahora seríamos más en la familia. Lo bueno de todo esto es que Lenon ya tiene
un hogar donde le quieren y le cuidan como se merece.
La cuarta, es, como no, el apoyo incondicional de los amigos, su comprensión, la buena compañía, la no necesidad de dar explicaciones... La amistad.
Y con lo último que me quedo de este año, es el amor
inacabable y mágico que siento. Cerca de los tres años, hago balance y sólo
puedo darte las gracias por todos los buenos momentos que me haces pasar, los
buenos recuerdos que dejan huella, los besos que se tatúan en mi piel, los te
quieros que hacen eco en mis oídos… Te quiero Jose. ♥