Por primera vez en tres años, aquella noche lloró. Lloró por haberle perdido, por no tenerle a su lado, por perder a quien le animaba cuando peor estaba, y también a quien le sacaba de sus casillas. Lloró de rabia recordando ese día “te quiero, pero es mejor que no estemos juntos”…
Ahora no sabía para quién iba a ser mejor. Lloró de impotencia al saber que se partió el alma por recibir las migajas de su amor desagradecido. Lloró por haber perdido su vida, su pasado, por no tener nada de lo que aquellos años le hicieron tan feliz. Lloró por la pérdida, de él, de sus amigos, de su vida…
Ya no le quedaban más que recuerdos remendados, de recuerdos de besos robados en la oscuridad, de silencios, de ganas de alejarse de todo, de necesidad de él…
Ya no le quedaban más que recuerdos remendados, de recuerdos de besos robados en la oscuridad, de silencios, de ganas de alejarse de todo, de necesidad de él…
Lloró, y mientras lloraba su alma se nublaba de nubes de chaparrón.
Pero no llueve eternamente. O al menos eso dicen.